Mi hija no cree en la navidad. No cree porque no sabe de los copos de nieve, de los renos o estrellas fugaces, de árboles adornados o matanzas de niños. Solo sabe de un ambre hinfinito. Ambre que se a comido su aspiración a la hache. Ambre de comienzo de alfabeto, de diccionario. Su diccionario. No hay palabras después. Solo esa A grandota como una boca; esa m acerrada, mordiente; ese sonido a masticar de dientes; esa e de espera inacabable. No , mi niña no cree en navidad. Solo ve las vidrieras con sus ojos inmensos y vacíos como platos, las mira hasta el insulto, hasta la obscenidad. La corren a patadas porque creen que esa mirada es peor que una pedrada, que un palo. Que su solo mirar pudre lo que toca y nadie se atrevería a usar nada en lo que se hallan posado sus ojos. Ojos que dotan de un poder leproso. Ni a la iglesia la dejan entrar, no vaya a ser cosa que el nacimiento quede impresentable; no vaya a ser que justo se le ocurra bajar a él de sus clavos, la mire y acabe por perder toda su pureza y divinidad. Mi niña no pasará de esta navidad. Yo me encargaré de eso. La acostaré temprano con la promesa de un pedazo de pan y luego, dulce pero firmemente la asfixiaré con una almohada, teniendo el cuidado de cerrar sus ojos; no vaya a ser cosa que cuando muera, su Ambre Hinfinito termine por devorar Infierno y Cielo de un solo bocado. (16 / XII / 2003)
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